Desde muy temprana edad se nos dijo que ocuparnos de nosotros mismos y anteponer las propias necesidades por sobre las demás era egoísmo. Y que a las personas egoístas nadie las quería. Que seriamos rechazados y terminaríamos quedándonos solos. ¡Y claro! Somos seres sociales… nacemos inmaduros y necesitando del cuidado, la protección y el amor de nuestras familias para sobrevivir. Por eso, nos fuimos adaptando a lo que el entorno esperaba de nosotros. Aceptando las condiciones. Tratando de complacer a nuestros padres. A nuestros maestros. A nuestra sociedad. Desconectándonos de a poco de quien verdaderamente somos, de nuestro SER, para convertirnos en la persona que todos aprobarían. Y así, conseguimos esa seguridad, esa protección y nos llenamos de creencias, de mandatos que no son nuestros realmente. Nos las metieron en la cabeza y las fuimos incorporando una a una hasta quedar totalmente identificados con ellas.

Eso, es el ego. “Ego” deriva del latín y significa “yo”. Es el conjunto de creencias que fuimos construyendo respecto a nuestras propias capacidades, habilidades y talentos. Condicionados, claro está, por nuestro entorno y nuestras experiencias de vida. Es decir, de la información que viene “de afuera”. Entonces, el ego es un mecanismo de supervivencia, de defensa para adaptarnos al medio. Pero no es real. Termina siendo una construcción ilusoria de la propia identidad. Como una máscara, un personaje que nos creamos para mostrarnos al mundo e interactuar con él.

El ego, es esa parte de nosotros que necesita que la quieran, que la aprueben, que la valoren, que se enoja ante las críticas y siempre quiere tener razón. Es sumamente reactivo emocionalmente y busca permanente la solución de sus problemas afuera, ya que es allí donde tiene puesto su foco de atención. El afuera es a la vez causa y consecuencia de mi bien o malestar. Uno termina siendo víctima de las circunstancias, y nada (o poco) puede hacer para resolverlo. La respuesta está en el otro: que el otro cambie, que el gobierno me dé una solución, que el tiempo mejore… Al vivir desde el ego, la persona está en la queja, ya que el mundo no es lo que uno quiere que sea. O en los miedos, porque allá afuera están los peligros que ponen en jaque la seguridad, la integridad, la imagen o el estatus que el ego construyo. Es por eso que la persona que vive desde el ego suele estar a la defensiva, en alerta permanente, y claramente propensa a la vivencia de conflictos interpersonales. Son territorios de ego: el orgullo, la soberbia, la jactancia, la arrogancia, la vanidad, el egocentrismo, el egoísmo…

Y aprovechemos a aclarar estos términos un poco confusos: “Pensar, ocuparse de uno mismo no es egoísmo, es amor propio”. Una de las creencias que nos han impuesto, más que nada desde la religión, es que para ser “buenos”, primero tenemos que pensar en los demás, es decir, anteponer las necesidades del otro antes que las propias. Así, seremos generosos y recibiremos la aprobación y el amor de los demás, como decía el principio de esta nota. Sino, seremos “egoístas”.
¿Y qué significa “egoísmo”? Según la Real Academia Española es "el excesivo aprecio que tiene una persona por sí misma y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin preocuparse del de los demás".  Pero hay diferentes tipos de egoísmo en psicología:

1. Egoísmo egocéntrico
Es el egoísmo que define el diccionario, una actitud que nos aleja de los demás, nos hace perder el valor social y nos acaba aislando emocionalmente de todos. La persona solo mira por sí misma utilizando a los demás en base a su interés y beneficio sin tener en cuenta cómo sus actos pueden repercutir sobre el resto. El ego es tan grande que la persona es incapaz de empatizar con quien interactúa. Quien es egoísta “egocéntrico” va construyendo una personalidad victimista y tiende a quejarse y a culpar a los demás cuando algo no sale como esperaba. Acusa de egoísta al otro cuando ve por sus propios intereses porque lo que quiere es que vean por los suyos.

2. Egoísmo consciente o neutro
Es importante dedicar algo de tiempo cada día para darnos lo que necesitamos y mantener así el equilibrio emocional. Necesitamos pensar en nosotros mismos para sobrevivir física y emocionalmente.  El ser humano debe amarse primero a sí mismo para poder amar de forma adecuada a los demás. A través de este egoísmo consciente, mejoramos nuestra autoestima fortaleciendo la confianza en nosotros mismos. El egoísmo neutro beneficia a uno mismo y no perjudica a otros, aunque a los que ama tiende también a beneficiarlos indirectamente.

3. Egoísmo altruista
Este egoísmo consiste en hacer algo que nos gusta hacer y que, además, aporta ganancias para otras personas. Somos altruistas porque hacer cosas buenas nos hace sentir bien. Es propio de una persona empática, que, sin dejar de buscar su bienestar, procura que al alcanzarlo no afecte a otros de manera negativa. Es capaz de dejar que otros reciban un beneficio primero cuando siente que lo necesitan más que ella.

Como conclusión, podemos entender que en función de cómo se mire el egoísmo, lo podemos entender como una actitud más o menos negativa, con diferentes grados de preocupación por el bienestar propio y ajeno.
¿Y vos? ¿Qué tipo de egoísta sos?

Sobre estos temas y más, estaremos profundizando en el Servicio de Medicina de Estrés, y en el Taller: “Calmar la ansiedad con Mindfulness”. ¡Te esperamos!

 

Dra. Alicia M. Miguez | Clínica Médica - Psiquiatría y Psicología Médica - Transtornos de Ansiedad - Hipnosis Clínica - Psicología Ontológica y Transpersonal Bioneuroemocion - Mindfulness - Eneagrama.
Sanatorio Clínica Modelo de Morón.