HISTORIA CLÍNICA FANTÁSTICA N° 5
Sir William

HISTORIAS CLÍNICAS FANTÁSTICAS

Le entregaron la dirección anotada en un papelito que guardaría por años entre los recuerdos que construyeron su identidad: 13 Norham Gardens, Oxford.

Allí debía realizar la consulta domiciliaria de un paciente cuyo único dato conocido era su encumbrada posición académica y las letras W.O., precedidas por el título nobiliario, Sir. Se preguntaba por qué unos muy discretos colegas británicos le pidieron que asista, en su última enfermedad, a paciente tan ilustre, aunque hasta ese momento un desconocido para él, ignoto médico clínico de la pampa argentina.

Nuestro amigo estaba alojado en una habitación compartida del modesto Harris Manchester College, y decidió ir caminando, mientras –como era habitual- pensaba que unas libras no le vendrían mal para emprender el regreso, ya que había gastado sus pocos ahorros en un curso de actualización sobre la gripe española que había asolado Europa el año pasado. Era la época de Navidad de 1919. Fue caminando, ya que deseaba aprovechar cada minuto para recorrer su querida, aunque muy distante, Universidad de Oxford.

La mansión era impresionante, tenía diecinueve habitaciones y numeroso personal; el portero lo condujo amablemente hacia la habitación del paciente. En el camino, le llamó la atención la extensión en superficie y profundidad de la Biblioteca. Como una mini-Bodleian*, por sus anaqueles desfilaban los clásicos de las Humanidades y de la Medicina, junto con un amplio rincón destinado a primeras ediciones y algunos incunables. Respecto de la identidad del enfermo, a quien ya se escuchaba toser, tuvo una lejana premonición al relacionar sus iniciales, W.O., con la manifiesta bibliomanía, pero allí quedó, ya que enseguida llegaron al cuarto del tosedor. El portero lo dejó frente a frente con el paciente y en su inglés de acento germánico se presentó. El paciente hizo lo mismo: “Soy William Osler”.

En ese instante no se podía distinguir quién de los dos estaba más pálido; si en su lecho, Sir William por la neumonía o de pie, nuestro clínico por la intensidad de sus emociones.

El interrogatorio fue extenso y el examen físico detallado. No podía ser de otra forma. Nuestro clínico estaba frente al mayor exponente de la Medicina de la era victoriana. Sus pensamientos no podían detenerse; estaba atendiendo a quien escribió el texto que fundó la clínica médica moderna, el Tratado de Medicina Interna cuya primera edición se publicó en 1892 y seguiría editándose por muchos años y traduciéndose a varios idiomas, hasta tal punto, hecho inédito en la literatura médica, se revisó por última vez 75 años después, comparando las descripciones de Osler con los adelantos de casi un siglo… Y todavía se podía seguir aprendiendo Medicina de sus páginas…

Nuestro joven clínico no lo podía creer. Pasaba de la palidez, a sonrojarse con una diferencia de segundos. Hasta el paciente notaba que, aunque hacía frio, nuestro clínico transpiraba.

El gran Sir William le dijo unas pocas palabras: “Tranquilo, lo estás haciendo muy bien”. No había dudas del diagnóstico: una neumonía complicada con un derrame pleural purulento que los cirujanos drenaron con esmero. –“Estoy de acuerdo con los colegas que me precedieron”, atinó a decir. “Y respecto al tratamiento, ¿cómo seguimos?, estoy con dolor permanente”, dijo Osler. “Le aumentaré la dosis de morfina.” “Estoy de acuerdo, joven, en este caso es una medicación ‘divina’- afirmó el Profesor. Y así terminó el momento asistencial de la breve pero intensa consulta.

Cuando salió de la gran casona, se quedó meditando por largo rato. No podía creer que el azar lo favoreció esa tarde permitiéndole conocer a quien ostentaba “la triple corona” académica de haber sido docente de Medicina en tres países distintos: Canadá, los Estados Unidos de América y el Reino Unido de Gran Bretaña, donde fue nombrado directamente por el Rey, para ser designado “Regius Professor”.

Nuestro clínico fue convocado a atender al hombre que, entre tantos aportes a la Medicina, había efectuado la primera descripción de las plaquetas; había reconocido la presencia de pequeños nódulos subcutáneos en la endocarditis infecciosa; llamó la atención sobre la telangiectasia hemorrágica hereditaria y comprendió las manifestaciones viscerales del lupus eritematoso sistémico, entre otros.

Ese día lo vio por primera y única vez, pero fue suficiente. Pero sobre todo, muchos años después comprendió que, cuando los aportes de Sir William Osler eran parte de la Historia de la Medicina, sus consejos sobre la conducta del Médico ante el cuidado del paciente, se agigantaban cada vez más, especialmente su idea de la Ecuanimidad para hacer frente al desafío de la ardua y demandante Profesión que había elegido.

Y en los días de dudas, de dolor y de sacrificio rememoraba ese encuentro y cuando el Maestro con una mirada muy atenta, se permitió despedirlo con una frase que lo acompañó para siempre: -“Colega, recuerde que la práctica de la Medicina es un Arte basado en una Ciencia, muchas gracias.” El agradecido fue nuestro médico clínico que atesora ese consejo hasta el día de hoy.

Nota:

*Bodleian Library, fundada en 1602, es la principal Biblioteca de la Universidad de Oxford.


Dr. José Luis Leone
Coordinador Comité de Docencia e Investigación
Clínica Modelo de Morón.

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