HISTORIA CLÍNICA FANTÁSTICA N° 10
El Sr. Quieto
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HISTORIAS CLÍNICAS FANTÁSTICAS

Lo recordaba siempre igual. Desde la primera consulta, nuestro clínico podría definirlo como “un ahorrador de movimientos”.

Según el Sr. Quieto, los primeros indicios de su opción preferencial por la inmovilidad venían de su infancia. Mientras los demás chicos de la clase no paraban de saltar, correr, hamacarse, subir a los árboles, andar en bicicleta, él elegía observarlos. Esto le trajo dos
ventajas inmediatas: por un lado no se lastimaba y eso tranquilizaba a sus padres y cuidadores ocasionales y por otro lado, su conducta en la escuela era ejemplar.

En su caso, el huracán hormonal de la adolescencia, no fue más que una pequeña tormenta de verano. Su máxima experiencia outdoor fue salir con sus amigos a festejar el día de la primavera al aire libre y tuvo que volverse antes por su “alergia cutánea” que consistió en dos pequeñas lesiones rojas en el brazo derecho, que luego confesó que eran picaduras de pequeños insectos, que tuvo miedo y por eso regresó a su casa... Ir a bailar le daba vértigo, tanto movimiento, tanta transpiración ¿para qué?, si a sus pocas novias, tan o más sedentarias que él, las conquistó...hablando. Una salida favorita era al shopping, se accedía en escalera mecánica que lo llevaba como un cordero al matadero...del bolsillo, pero iba con gusto, para no malgastar tiempo y calzado, ingresaba a dos o tres locales luego de estudiar el camino mas corto posible y después, vía la escalera mecánica, a sentarse al comedor.

Su carrera universitaria fue un ejemplo de “equilibrio de fuerzas”, como él decía, ya que estudió ingeniería. Alumno mediocre pero persistente, logró terminar la facultad y como siempre “hacen falta ingenieros”, enseguida consiguió trabajo en una empresa de informática. Fue el paraíso. Ningún compañero recuerda que abandonara su silla más que una vez por día, para acceder al toilette. Otro dato: ni los más memoriosos recordaban haberlo visto subir y bajar una escalera, era un ferviente devoto del ascensor.

Con sus primeros sueldos adquirió en cuotas su primer automóvil del cual ya no se desprendería jamás. Y así ...dejó de caminar. Podríamos afirmar que fue una nueva forma de la evolución humana: pasó de la bipedestación al cuadrirrodamiento de los neumáticos de su vehículo. Había logrado una gran habilidad para estacionar en cualquier hueco que para otros hubiera sido imposible acomodar el auto. Él lo conseguía y así no daba más de cuatro o cinco pasos en la vereda.

Otro momento de esplendor en su vida inmóvil fue el poder acceder a los viajes en avión. Tantos kilómetros recorridos, una gran sensación de desplazamiento físico, con el mínimo gasto muscular. Y con el paso de los años, justamente en un avión, tuvo el primer problema de salud que le generó alguna alarma: comenzó a notar en forma súbita un intenso dolor en la pantorrilla derecha que se acompañó de un visible aumento de tamaño de la pierna. El diagnóstico fue clínico, el médico del aeropuerto le dijo que tenía una trombosis venosa profunda y que debía recibir una medicación llamada anticoagulantes. Se sorprendió, él -que era un experto en inmovilidad-, venir a sufrir este tipo de contratiempos sanitarios y encima en el extranjero. Pero enseguida, vio su oportunidad, solicitó una silla de ruedas. Otro momento de la estática evolución del Sr. Quieto: de las turbinas del avión al birrodamiento de su silla de ruedas. Como tuvo que dejar su nuevo elemento propulsor en el aeropuerto, siguió su restringida movilidad con muletas y decidió cambiar los pasajes de regreso en avión, por una vuelta a su país en un crucero; así se adaptó muy bien de la vía aérea a la vida acuática. Siempre sentado y ahora anticoagulado, en ocasiones salía de su camarote... hasta el borde de la piscina techada del gran transatlántico: ¿Nadar? Nunca, era un ejercicio que ponía en acción a casi todos los músculos del cuerpo, un verdadero sacrilegio para un cultor de la quietud...

El regreso al trabajo fue lento y no hizo caso a los consejos de movilización para evitar el síndrome post-trombótico. Su pierna seguía hinchada. Y se tentó: vio en oferta una silla de ruedas eléctrica y no dudo en comprarla. En su casa, sus familiares le dijeron que estaba loco, que recién tenía 60 años, que no padecía ninguna enfermedad potencialmente invalidante: no tenía Parkinson, ni una distrofia muscular hereditaria, ni una artritis reumatoidea, ni … Pero el Sr. Quieto siguió en la senda de la inmovilidad y ahora sí, su entorno comenzó a notar desinterés, apatía, una cierta tristeza. Primero lo llevaron al psicólogo y éste Profesional recomendó la evaluación psiquiátrica. Pero tanto la psicoterapia como los fármacos no tuvieron efecto alguno. Padecía una depresión mayor.

A esta altura de los acontecimientos nuestro clínico estaba perplejo: ¿siempre había estado deprimido o se deprimió por su tendencia natural a estar quieto? Se dio cuenta que ahora esto no importaba. Le sugirió ir dejando de a poco la silla de ruedas, salir al aire libre, pero no hubo caso. El paciente no cambió su conducta.

Y el día siempre llega: a su depresión se sumo el deterioro cognitivo y se olvidó de tomar la medicación para la osteoporosis, la hipertensión arterial, la diabetes del adulto y los anticoagulantes!!! La llamada en consulta del médico de Terapia Intensiva no se hizo esperar: una noche le comenzó a faltar el aire y el diagnóstico fue obvio: tromboembolismo pulmonar masivo... y falleció.

Nuestro clínico siempre recordaba esta historia cada vez que alguien era SEDENTARIO y le indicaba movimientos comunes: caminar, subir escaleras, salir al aire libre y explorar el terreno, levantarse de la silla cada 30 o 40 minutos, y un largo etcétera. Y recordaba de sus muy viejos libros de biología, aquella frase que decía que “todo lo que está vivo, se mueve”. Por eso terminaba diciendo a sus pacientes que mejor moverse que enfermarse.

Y a caminar, amigos!!! AHORA!!!


Dr. José Luis Leone
Coordinador Comité de Docencia e Investigación
Clínica Modelo de Morón.

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